martes

Estrellarse en el muro de las convenciones...


Eso fue hace años, apenas una niña,acontecida por las hieles y mieles de sonrisas de amor, esas que en unos días te derriban., - con esto no quiero decir que haya sido delatadora e incomprendida por ello, esa ha sido la infancia que el recuerdo mas parecido al amor lanzó atmósfera táctil en la mano que meció este horno florista que ha sido mi vida.

La estancia estaba impecable, cumplía su silencio, su paz, parecían cascadas de ilusiones derramadas sobre el parque, Patricia me miraba sonriente y entre ese canto despeinado de los Dioses, en ceremonia de diurno, al bordado de la orquesta que la madre, Mª José, dirigía en canto pétreo, todo se podía sentir, era el olor inconfundible de la cocina,una llamarada encubriendo integramente la sala.

Había sido la misma hambre, la que a esas horas nos hubiera hecho confesar lo imposible, delatar la vergüenza que en sueños emana, pero aquel viejo reloj de cuco, ese que nos diagnosticaba la predicción de la comida, el recreo y el sueño, parecía dejar de estar vivo.

No entendía nada de nada, intuí en cada ceremonia que terminaría llevando una corona, como si se tratara de de una madre que arregla a su hija peinándola con los dedos,con una ternura soplada de caricias, aunque no creía en la obligación que la moral de mis juicios, totalmente guiados y confusos, cortaban algo en mi interior, sacudían desenfrenados hacia mi desilusión.

Aquel día iba a cambiar algo en mi interior, aunque en ese momento, la inocencia dejo lugar a una gran incerteza.

El cura que oficiaba, en su discurso, decidió dedicar unos minutos a nuestros enemigos -como decía él, escuchar nuestros pecados- , aquello me descompuso, en una sensación de nerviosismo, no digiriendo la posibilidad de tener que confesar, pues no sabia bien como podía quedar, lo que jamás había contado,aquel toque digno que tejes una vez en secreto y jamás improvisas, porque temes la luz de los cirios, en contemplación de todos, hablando por ti.

Imaginaba que esos momentos de claustro confesionario, la respiración junto a las paredes de piedra desaparecerían desbordada en ríos , formando cataratas,- los momentos de auténtico pavor, son sin palabras-.

Pasaron muchos minutos,- que digo minutos!!, segundos interminables!.- Quería refugiarme en el mar, tacto fluido de mezclas, y así no tener que verbalizar lo que no existía.
Descubrí que mi miedo no era el deslizarme ante sus calcetines de patinador exitoso, iba colocando todo sobre unos vacíos, que debía rellenar, atrapada, en una comunión afinadora que manoseaba mis entrañas sin derecho.

Al llegar a mi habitación, intenté abrir el armario de persianas...pero forcé la ultima y cedió sin complicación, todo estaba allí, dándome la bienvenida.

Cuando acabé de vaciar todo, comprobé que lo que andaba buscando , no estaba.

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